Eran otros tiempos, desde luego que sí. Aquellos días, en los que siendo un adolescente, nos preparaban un bocata y nos íbamos con nuestro padre al campo, a echar una mano en lo que podíamos en aquella incipiente Torre de Santiago, totalmente caída, en un estado de ruina lamentable. Yo cuando contemplaba aquel esperpento no podía imaginar ni por un momento lo que mi padre tenía en mente. A veces me preguntaba si esta faena encomendada de retirar escombros, clasificar piedras y amontonarlas en diferentes sitios, tendría algún resultado más allá de trabajar por trabajar y quizás con ello, mantenernos ocupados en algo productivo.
Mis hermanos también colaboraban a su manera porque, la verdad, eran bastante pequeños. Yo, el mayor de cinco hermanos y chico; ya sabéis a quién le tocó el trabajo de mula de carga. En fin, dentro de lo que cabe nos lo pasábamos bien. Respirando ese aire de campo de la huerta de Alicante con aromas de anís y regaliz que todavía mantenía algo su estado original, eso si, campos llenos de matorrales y acequias casi en desuso de lo que fue antaño una fructífera extensión.
En ocasiones recibíamos alguna visita de viandantes que deambulaban por aquellos lares y que se acercaban a preguntar que se suponía que íbamos a hacer. Sus caras de asombro, no dejaban atisbo de credulidad de lo que mi padre les contaba. Imagino que marcharían pensando en la historia que habían oído y no dando ningún crédito a aquel extraño individuo con tal ímpetu de restaurar algo que ni yo mismo podría haber imaginado.
El trabajo se hizo interminable ya que, en principio, sólo aprovechábamos los fines de semana y algunas tardes. En mi recuerdo están aquellos obreros que trabajaban allí como el cantero albañil, aprendiz, fontanero y carpintero. Una vez teníamos las piedras clasificadas el mismo cantero les tenía que dar forma para que el albañil y aprendiz fueran colocándolas como piezas de puzle para conformar la estructura. La cabeza pensante y el que daba las directrices era mi padre. De los que trabajaban allí, me daba la impresión que sólo él tenía claro lo que quería hacer. Era rara la vez que algo que había mandado hacer se transformara en lo que realmente debía ser; las ideas de un artista como mi padre no eran bien interpretadas quizás. Había que tener cierta templanza para poder ver cualquier adelanto en la obra y no desesperar en el intento, muchas veces por equivocaciones había que dar marcha atrás y perder esos días de trabajo. Aquello sin duda, no era poner ladrillo sobre ladrillo.
Me acuerdo además, de los viajes a los distintos sitios de material de derribo repartidos por la provincia de Alicante para adquirir ciertos elementos que hoy conforman el conjunto y que, de otra manera, no se hubieran conseguido, el resultado no habría tenido el mismo efecto. El hecho es que cualquiera que visita la fortificación hoy en día no podrá imaginar que el monumento se levantó de nuevo en el siglo XX desde sus ruinas no siendo la original edificación del siglo XVI. Sólo los que viven por los alrededores habrán tenido oportunidad de ver como poco a poco se iba conformando la construcción desde sus cenizas.
La reconstrucción tuvo lugar desde el año 1982 fecha en la que se adquirieron los terrenos que conformaban la parcela donde las ruinas de Torre Santiago yacían.
1982, un año determinante en el que nuestras vidas iban a dar un giro de 180 grados al tomar aquella decisión. Una iniciativa por parte de mi padre, Pedro Guillena Gómez, que fue la de encomendarse a la honorable acción de reconstruir un baluarte de nuestra historia en estado ruinoso. Sin pensar en costes, más allá de la idea de un soñador, y gracias a sus conocimientos en el campo de la inmobiliaria, se produjo en él la imperiosa necesidad de localizar a todos y cada uno de los propietarios de una tierra dejada en herencia y ausentes al cuidado de ella.
Una vez localizada a cada una de las partes compró la suficiente cantidad en metros de terreno y ruinas para que se pudiera comenzar tal hazaña. Los permisos de obra no tardaron en llegar gracias a que él se desenvolvía como pez en el agua en cada trámite administrativo y burocrático que se necesitaba. Si alguien tenía tesón y constancia en temas administrativos ese era él. Con razón siempre lo veíamos con carpetas llenas de papeles para arriba y para abajo.
La localización de documentación y archivo de la construcción original fue un arduo y penoso intento ya que en los archivos municipales no existía tal documentación. Por lo que se ve en el siglo XVI no se inscribía propiedad alguna de la huerta al considerarse construcciones de campo fuera del dominio de la urbe.
Gracias a la amistad que unía a mi padre con el famoso arquitecto D. Juan Guardiola Gaya, afincado en Alicante, nacido en Reus en 1927, otro soñador con ideas brillantes, se pudo a esbozar el proyecto y dar rienda suelta a la inteligencia y calidad artística que le caracterizaba. Asesorando en todo momento con sus conocimientos técnicos. La verdad que fue un reto importante y sin la ayuda de este prestigioso arquitecto dudo que pudiera haber fraguado tal proyecto.
Una vez se desescombró toda la edificación original, se hizo necesario apuntalar y asegurar lo que quedaba en pie para empezar a ahondar más sobre el terreno y así poder levantar nuevos cimientos de refuerzo que proyectó el experto urbanista para soportar toda la nueva estructura del torreón y casa adosada.
Después de varios años de reconstrucción la familia de Pedro Guillena disfruta de un acomodado hogar donde se disfruta del entorno enormemente, aunque siempre hay algún retoque que ha de hacerse con sacrificio económico y humano, para mantener muchos años más este hermoso baluarte de nuestra historia del patrimonio de nuestra ciudad, Alicante.
Algo que parecía increíble o por lo menos difícil de imaginar, la reconstrucción de Torre Santiago por fin había comenzado.